sábado, 19 de septiembre de 2009
- EL CERVANTES -
Teatro Nacional Cervantes
El sueño de María Guerrero
19 de septiembre de 1921
Se inaugura en Argentina el Teatro Nacional Cervantes
Ana María Zancada
Diario El Litoral
El teatro fue el sueño de una talentosa madrileña, María Ana de Jesús Guerrero Torrija, que llegó a ser una de las más grandes actrices de su tiempo. Abandonado, envuelto en conflictos gremiales, hace años que permanece cerrado, frente a la indiferencia de los funcionarios de turno y los dimes y diretes de los diferentes directores que se han sucedido.
En estos tiempos de deculturación que vive la Argentina, como un engranaje más de un gran poder económico que bajando del norte se desliza por todas las hendiduras de nuestras tradiciones, borrándolas o haciéndolas añicos, el hecho de perder hitos de nuestra vida cultural cotidiana ya se va haciendo una costumbre, y como todo lo que se repite termina por provocar indiferencia e insensibilidad, inmersos en nuestra banalidad cotidiana, no reaccionamos en forma correcta frente al vandalismo cultural que significa perder los signos de nuestro pasado.
Ya sabemos que un pueblo sin historia no existe y que para cimentar nuestro futuro debemos necesariamente conocer nuestros orígenes.
Esto se relaciona directamente con el acervo material que constituye nuestro patrimonio intrínseco tan poco tenido en cuenta por una clase dirigente que a todas luces ha perdido el rumbo de un espíritu verazmente histórico, para suplantarlo por una imperiosa necesidad de satisfacer soberbias personales, sin tomar conciencia de la finitud humana.
El Cervantes y su historia
Desde hace un tiempo prolongado, asistimos a un tire y afloje con respecto a la suerte del bellísimo Teatro Cervantes, de Capital Federal. Es el único teatro nacional de la Argentina, tal vez por eso su peregrinar y destrucción sean irreversibles.
Abandonado, envuelto en conflictos gremiales, hace años que permanece cerrado, frente a la indiferencia de los funcionarios de turno y los dimes y diretes de los diferentes directores que se han sucedido y sus diálogos ríspidos tanto con la planta estable de obreros como los grupos de actores que mes a mes ven diluirse los deseos de usar sus escenarios.
Frente a tanta historia, el Teatro permanece allí, imposibilitado de defensa o reclamo, guardando entre sus cortinados, sus paredes, sus diferentes salas, la historia muda de un pasado rico en tradiciones culturales.
Una fuerte presencia
El teatro fue el sueño de una talentosa madrileña, María Ana de Jesús Guerrero Torrija, que llegó a ser una de las más grandes actrices de su tiempo. Nació en Madrid en 1867 y desde muy pequeña participó del ambiente refinado de la España de fin de siglo. En octubre de 1885 debutó en el Teatro La Princesa, de Madrid y pronto obtuvo papeles importantes. Viendo su talento, su familia la envió a París a estudiar. Allí conoció y trabajó junto a la Divina: Sarah Bernhardt.
De regreso a su patria integró compañías de primer nivel destacándose y recibiendo el apoyo del público. Los grandes autores fueron elegidos para su repertorio: Zorrilla, José Echegaray, Pérez Galdós, los hermanos Álvarez Quinteros, Eduardo Marquina, Benavente. Su fama y su nombre se extendían rápidamente. Era ya "la Guerrero", cuando se casó con un noble que había osado dedicarse a las tablas, Fernando Díaz de Mendoza, conde Balazote y de Lalaing, marqués de Fontanar. Esta unión fue un verdadero éxito tanto artístico como privado. Tuvieron dos hijos y sólo la muerte de María en 1928 rompió la pareja.
La presencia de María Guerrero en los escenarios puso un distintivo a la época. Junto a su esposo formaron compañía propia, recorriendo toda Europa, incluso visitando reiteradamente la Argentina. En Madrid habían comprado el Teatro La Princesa donde estrenó las obras de Benavente.
Pero encantada con el público de Buenos Aires, comenzó a proyectar la construcción de un teatro clásico, comprometiendo hasta el mismísimo rey de España Alfonso XIII. El recinto sería el ámbito ideal para la difusión del idioma y la cultura española.
El sueño toma forma
Y así comienza todo: a la esquina que forman Córdoba y Libertad comenzaron a llegar azulejos de Valencia, losetas rojas para el piso de Tarragona, bancos, rejas y espejos de Sevilla, cortinados, tapices y telón de boca bordado en seda y oro de Madrid.
La fachada del edificio reproducía la de la Universidad de Alcalá de Henares. La pintura del techo fue traída de Barcelona.
María Guerrero supervisaba personalmente cada detalle. El 5 de setiembre de 1921 fue inaugurado con toda la pompa y toda la alegría, con "La dama boba" de Lope de Vega.
María estaba feliz, ovacionada por un público argentino que no la dejaba abandonar el escenario.
Pero tanto esfuerzo y entusiasmo agotó las arcas del matrimonio y sus amigos. Por orden del entonces presidente Don Marcelo Torcuato de Alvear, el teatro fue subastado y pasó a formar parte del patrimonio nacional. La actriz se opuso a que llevase su nombre, así que se le impuso el de Cervantes.
María y su esposo volvieron a Madrid, donde siguieron con su trabajo. En 1922, el pueblo madrileño le rindió un homenaje de tres días, con la participación de todos los grandes de la escena española. Los actos estuvieron presididos por el rey Alfonso XIII. En 1926 se presentó en Nueva York. Su nombre era conocido y respetado en el mundo entero.
Al año siguiente, estando en escena en el Teatro Calderón de Madrid, cayó gravemente enferma. Murió el 23 de enero de 1928. En 1942, el Teatro La Princesa pasó a llamarse Teatro María Guerrero.
La suerte del Cervantes
Como dijimos, el Cervantes fue inaugurado en 1921. En 1933, por ley se dispuso la creación del Teatro Nacional de Comedias.
En 1961, un incendio destruyó parte del edificio sobre Avda. Córdoba. Comenzó una remodelación que concluyó recién en 1968. Es sobre este sector que se encuentra la imagen de Ntra. Sra. De las Nieves encargada por la propia María.
Pero el tiempo siguió corriendo implacable. A un deterioro se sumó otro. Ahora se habla de que el gobierno español se hará cargo de la recuperación de la fachada para el festejo del bicentenario.
Lo cierto es que el teatro Nacional Cervantes lleva un abandono de décadas, a pesar de que desde 1995 es Monumento Histórico Artístico.
Sus paredes rezuman historia y amor por una de las manifestaciones más antiguas en el devenir cultural del hombre. Sólo falta que se coloque en su cúpula el lienzo original pintado por Salvador Alarma, traído especialmente de Barcelona por encargo de la actriz. Después del incendio de 1961, se retiró y se guardó en un cajón. Allí sigue esperando que alguien se acuerde de él.
Es de esperar que, a pesar de la Ley Nacional 14.800 de 1959, que prohíbe la demolición de los teatros existentes, salvo que se levante otro igual en su sitio, el Cervantes no siga la suerte de otros como el Odeón, el Apolo, el Politeama, el Buenos Aires, que ya son sólo un triste recuerdo en la vida de los argentinos y que el espíritu y el regocijo de una manifestación cultural siga viviendo como fue el deseo de su fundadora, venciendo, aunque sea por una vez, la desidia e indiferencia de quienes deberían ser los verdaderos custodios de nuestro patrimonio e identidad de argentinos.
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