lunes, 31 de marzo de 2008
- PUCCINI -
GIACOMO PUCCINI
Giacomo (Antonio, Domenico, Michele, Secondo, María) Puccini, nació el 22 de Junio de 1858, en Luca (Toscana) y murió en Bruselas el 29 de Noviembre de 1924 de un cáncer de garganta. Miembro de una antigua familia de músicos profesionales, Giacomo representa la quinta generación de los Puccini que sirvieron a la república y a la iglesia como compositores desde puestos oficiales de cierta importancia. Siendo él muy joven, falleció su padre dejando siete huérfanos. Desde este momento dejó de contar con dinero suficiente para seguir con regularidad sus estudios musicales.
Tomó sus primeras lecciones de piano con el maestro Angeloni en su ciudad natal, estudiando posteriormente en el Conservatorio de Milán con Bazzini y Ponchielli. La miseria que Puccini conoció entonces no hará sino agudizar una sensibilidad ya dispuesta a emocionarse con los diferentes aspectos de las tragedias humanas.
Estos años milaneses le hicieron vivir momentos comparables a los que ilustrará en La Boheme. Sus cartas aluden con frecuencia a la frugalidad de sus comidas o a la imposibilidad de asistir, por falta de dinero, a las representaciones del Teatro de la Scala, y siempre a la necesidad de economizar hasta el límite la beca de estudios y las pequeñas aportaciones que le envía su madre. En su segundo año de estancia en Milán compartirá su modesta habitación con su hermano Miguel y con Pietro Mascagni.
Aparte las lecciones con su principal maestro Ponchielli, Puccini tuvo ocasión de codearse en Milán con los ilustres intérpretes con que contaba Italia, resultando del mayor interés los encuentros y conversaciones que se originaron. Su inteligencia juvenil se enriqueció considerablemente al contacto con los espectáculos de los que pudo ser testigo. De hecho su verdadera pasión por la ópera se despertó al asistir en Pisa a la representación de Aida de G. Verdi.
Músico sincero Puccini pone en música pasiones humanas, el dolor, la sonrisa y las lágrimas. Sus obras, que son un logro completo desde esta óptica, incluyen numerosas páginas de verdadera música, que son motivo de satisfacción tanto desde el frío análisis como en el sentimiento de las emociones.
Hombre de teatro ante todo, posee el infalible instinto de la escena. Elige los personajes únicamente en función de la resonancia que le provocan. Los libretos, desde la época de Manon Lescaut, son su principal preocupación. Es exigente con los autores hasta en el más mínimo detalle. Raramente satisfecho, vigila los menores matices, que la elección de los términos sea conforme con sus previsiones y ordenados según su lógica. Que todo responda, en suma, con precisión, al inmenso boceto por él trazado para que su realización musical sea posible.
Sus argumentos, sus tramas, sus personajes centrales, la acción, el encanto de sus melodías y la intensidad de su instinto dramático, a través de la iniciativa creativa de su música, siguen emocionando a los espectadores. La mayoría de sus héroes son jóvenes mujeres, que sufren y mueren por un amor infinito y verdadero. Así son Tosca o Mimí, Cio-Cio-San. La capacidad de Puccini para poner los sentimientos del auditorio de parte de sus heroínas es particularmente notable.
Desde Le Villi, su primera ópera, produjo una serie de obras a intervalos bastante largos, pero también bastante regulares. En todas ellas su música es esencialmente de brillante colorido. En sus armonías es lo suficientemente original como para llamar la atención del aficionado corriente. Nunca cansa con la repetición de viejas fórmulas (melódicas, armónicas u orquestales), ni asusta con la introducción de elementos totalmente nuevos, ofreciendo siempre su gran sentido teatral.
Hay quien engloba a Puccini en el movimiento verista. Puccini, en cualquier caso, es ciertamente mucho más que eso. Muchas de sus óperas no se sitúan en su presente, muchas tienen localizaciones exóticas y sólo unas pocas poseen elementos realistas en cuanto a los sentimientos, pero la realzada condición emocional del verismo es un rasgo muy característico de sus obras. En su descripción de la vida hay elementos reales, de los artistas pobres de París en La Bohème, y de las perversas crueldades de Tosca.
Puccini establece por primera vez un vínculo esencial entre el tema y el comentario musical. Él, que siente una gran atracción por el mundo exótico, sabe captar y recrear cualquier ambiente por medio de escalas de tonos enteros y una sutil y precisa orquestación, utilizando recursos inusuales (como el tambor velado o los gongs afinados).
Crea melodías de gran belleza que, incluso con una tímbrica foránea, dan prueba de su elevada cultura vocal italiana, de cuyas tradición surgieron. No es de extrañar, por tanto, que figuren en su producción perfectamente ambientadas una ópera de ambiente chino como Turandot, otra situada en el Far West americano (La Fanciulla del West), o Madama Butterfly, fuerte contraste entre el mundo japonés y el creciente pragmatismo del mundo occidental.
Puccini, claro representante del fin de siglo, satisface las más altas exigencias musicales. Es tal la calidad lírica de su música que su obra se eleva por encima de productos semejantes de su tiempo. Las escenas que representa muestran su agudo sentido teatral, su dominio del color, del motivo y la armonía.
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