domingo, 5 de agosto de 2007
- CULTURA Y CAMBIO -
La identidad como motor del cambio
Para el general Bartolomé Mitre las letras eran una pasión a la que dedicó páginas de ficción (su novela Soledad ), obras de historia monumentales (como las consagradas a José de San Martín y a Manuel Belgrano) y traducciones (la versión en verso de la Divina Comedia , de Dante Alighieri). Desde los inicios del diario, se publicó una sección literaria en la que aparecían en forma continuada, pero irregular y dispersa, notas de firmas destacadas. A esas páginas se las llamaba "Suplemento Literario", aunque no aparecían en forma separada: era más bien una manera de denominar el espacio reservado a la literatura. Los escritores más importantes del país aportaban sus firmas a la sección; entre otros, el venerable Juan María Gutiérrez, Santiago Estrada, Pastor S. Obligado, Pedro Goyena y Paul Groussac, que fue director de la Biblioteca Nacional y uno de los pocos prosistas en español admirados por Borges.
En cuanto a los autores extranjerosLA NACION tenía como corresponsal en los Estados Unidos a José Martí, el "apóstol" de la independencia de Cuba. Desde Nueva York y Washington enviaba largas crónicas en las que reflejaba la vida cotidiana de los norteamericanos y contaba acontecimientos dramáticos como la ejecución de un magnicida. Este relato se destaca por la modernidad del tono, que se anticipa en ochenta años a la narración de Truman Capote en A sangre fría . Hoy, son numerosos los investigadores de toda América, sobre todo de Cuba, que llegan con sus computadoras portátiles hasta el archivo del diario para consultar las amarillentas colecciones del pasado. De esa época, también hay artículos de Emile Zola, el jefe del naturalismo francés y célebre autor del "Yo acuso", así como de Edmundo de Amicis, el autor de Corazón , un libro que ha emocionado a generaciones de niños en todo el mundo. Esos tres nombres bastan para mostrar que, desde el comienzo, LA NACION estuvo abierta a todas las corrientes estéticas y a todas las ideologías, siempre que respetaran la libertad de pensamiento.
Rubén Darío, el adalid del modernismo en lengua española, tuvo un estrecho vínculo con LA NACION, que reconoció de inmediato la importancia de su pluma para la literatura del continente y, por eso, quiso que perteneciera a "la casa" y le dio un lugar de privilegio en sus páginas. Darío compuso muchos de los textos de Prosas profanas en la redacción de la calle San Martín y concluyó El coloquio de los centauros en la misma mesa en que Roberto Payró terminaba uno de sus artículos. Otro modernista, el joven Ramón del Valle-Inclán, integró las filas de los primeros colaboradores españoles.
A partir del 4 de septiembre de 1902, los jueves, apareció el Suplemento Ilustrado, que incluía numerosas fotografías. Pero desde la décima entrega, se adoptó un formato más reducido para hacerlo coleccionable. Entonces abundaron las colaboraciones literarias, acompañadas por dibujos.
El general Mitre buscó desde la fundación de su página que la actualidad de los contenidos estuviera sostenida en una producción técnica moderna: las dos claves de un diario. Por eso, en 1904 incorporó la impresión de fotograbado con máquina rotativa. Eso permitió que el cuerpo de LA NACION incluyera cada vez más ilustraciones de la actualidad; en consecuencia, el Suplemento Ilustrado, liberado de la urgencia de las noticias de la semana, pudo dar cabida en sus páginas a notas de interés general, menos circunstanciales, y a una mayor proporción de artículos literarios y científicos, además de cuentos (los materiales específicos del Literario). En junio de 1905, pasó a llamarse Suplemento Semanal. Con ese título, siguió apareciendo hasta el 2 de septiembre de 1909.
En ocasión del Centenario de la Revolución de Mayo, se publicó un número especial de homenaje en el que Darío dio a conocer su Canto a la Argentina y Leopoldo Lugones, la Oda a los ganados y las mieses . Precisamente Lugones fue uno de los más asiduos colaboradores del diario, donde era editorialista. Además, en estas páginas, ofreció una parte importante de su producción en prosa y en verso, al igual que lo hizo Ricardo Rojas, cuyo poema "El albatros" apareció en LA NACION a toda página.
El 7 de marzo de 1920, el Suplemento volvió a editarse, pero en vez de distribuirse los jueves, pasó a los domingos. Es interesante observar con qué agudeza LA NACION se adecuaba a las nuevas exigencias del lector y a los cambios de gustos (lo que hoy se llamaría de "tendencias", explícitamente mencionadas en la presentación: "En las naciones más adelantadas, el periodismo dominical es una necesidad nacida del periodismo diario y acrecentada por la intensidad de la vida moderna, que cada país satisface según la peculiaridad de sus gustos y costumbres [...]. Tendrá de igual con sus renombrados congéneres del extranjero el ser del domingo y ello por una razón obvia: éste es el día más apropiado para cierta especie de lecturas y en que se dispone de mayor tiempo para consagrarse a ellas". Puede decirse que de entonces data el Suplemento Literario, como lo conocen las generaciones de hoy. Hubo variaciones de formatos, de técnicas de impresión, de títulos de secciones, pero jamás se alteraron las premisas que sirvieron de base para el prestigio internacional que alcanzó . Esa repercusión se logró por la cuidada selección de firmas que aparecieron en él y por la celeridad con que se incorporaba a los nuevos talentos.
Puede decirse con poco margen de error que la calidad del material ofrecido en el Suplemento lo convirtió más bien en una revista cultural, la de mayor difusión y prestigio de América Latina.
Los nombres de los colaboradores que Bartolomé Mitre y sus descendientes supieron atraer con el correr de los años impresionan por su jerarquía, su influencia intelectual y su número. Es imposible citarlos a todos porque esa lista ocuparía la edición entera de este último número. Entre los argentinos de fines del siglo XIX y principios del XX, Miguel Cané, Almafuerte, Enrique Larreta, Alberto Gerchunoff, que trabajaba en el diario y cuyas anécdotas, de una gracia y un ingenio difíciles de superar, se transmiten de generación en generación de redactores como un patrimonio que no debe perderse.
En ese primer período, la literatura francesa estaba representada por Anatole France, en ese entonces considerado el escritor más importante de su país, los autores dramáticos, Ludovic Halévy y Victorien Sardou (el hombre que escribió muchas de sus obras para Sarah Bernhardt), además de Pierre Louys, Catulle Mendès, Marcel Prévost, Francis Jammes y el músico Camille Saint-Saëns.
Entre los españoles, Miguel de Unamuno fue uno de los más frecuentes colaboradores. En 1928, se publicó una selección de la nueva poesía hispana en la que se incluyen composiciones de Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas y Rogelio Buendía. Entre los pensadores colaboraba uno de los filósofos más encumbrados, que habría de analizar el alma argentina, José Ortega y Gasset; años más tarde, sería colaborador su discípulo Julián Marías, a quien sucederá en ADNcultura su hijo Javier. Cuando estalló la Guerra Civil, se encontraban en LA NACION los nombres de los exiliados y los que se habían quedado en España: el novelista Pío Baroja, Ramón Gómez de la Serna, Gregorio Marañón, Amado Alonso, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Juan Ramón Jiménez (premio Nobel), Ricardo Baeza, Guillermo de Torre.
El equipo ruso de los años más tempranos tuvo dos figuras eminentes y que, una vez más, muestran el criterio amplio con que se aceptaban los textos: León Tolstoi, el genial novelista de Guerra y paz , y Máximo Gorki.
De Gran Bretaña, enviaban sus trabajos al Suplemento H. G. Wells, Rudyard Kipling, George Bernard Shaw, Hilaire Belloc y G. K. Chesterton. De Alemania, llegaban colaboraciones de los hermanos Heinrich y Thomas Mann, el premio Nobel de 1929. De Italia, notas de los músicos Ildebrando Pizzetti y Pietro Mascagni y artículos de Luigi Pirandello, otro Nobel.
Mallea en la Redacción
Entre 1930 y 1955, el hecho de que el escritor Eduardo Mallea estuviera al frente del "Literario" tuvo una inmensa repercusión no sólo en el diario, sino en la literatura nacional. Mallea estaba íntimamente asociado a la revista Sur y a su creadora, Victoria Ocampo. Entre Sur y el Suplemento se tejieron lazos muy estrechos. Las dos publicaciones se convirtieron en brújulas del espíritu durante esos años nada fáciles desde el punto de vista ideológico y político. El entendimiento y la amistad entre Mallea, Victoria Ocampo y José Bianco, el secretario de redacción de Sur , dieron vitalidad, refinamiento y rigor a la creación literaria de la Argentina. Además, permitieron difundirla de un modo impensado.
Mallea y Victoria Ocampo fueron decididos defensores de la libertad y surgieron en el escenario literario en el preciso momento en que el fascismo y el nazismo oscurecían el continente europeo. Ese hecho hizo que el Suplemento, así como Sur, alcanzaran el carácter de refugios del humanismo y de los valores democráticos más acendrados para los intelectuales extranjeros que abrazaron la causa de los aliados.
Bajo la conducción del autor de La bahía de silencio , publicaron en el Suplemento André Gide (premio Nobel), la condesa de Noailles (gran amiga de Proust), Paul Claudel, Pierre Drieu La Rochelle (uno de los amigos íntimos de Victoria Ocampo, más tarde colaboracionista y suicida), Paul Morand, Jean Cocteau, Jules Supervielle, Julien Benda (autor de La trahison des clercs , un libro clave para los intelectuales del período), François Mauriac, André Maurois, Maurice Ravel, Roger Caillois, que vivió en Buenos Aires durante la Segunda Guerra y más tarde habría de convertirse en un inmejorable embajador de las letras argentinas en Europa, el filósofo existencialista Gabriel Marcel, Jules Romain. El mundo anglosajón estuvo representado por la pluma de Ernest Hemingway, Theodore Dreiser, Waldo Frank y Aldous Huxley y no faltaron autores de lengua alemana como Hermann Keyserling y Stefan Zweig.
América Latina tenía, entre otros representantes, a Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Juana de Ibarbourou, Juan Carlos Onetti, Carlos Reyles, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña. Más tarde, se sumaron figuras de la talla de Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes.
La lista de los escritores argentinos que aparecieron en LA NACION podría repetir casi de modo perfecto todos los nombres que aparecen en la historia de la literatura nacional: Baldomero Fernández Moreno, José Pedroni, Arturo Capdevila, Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Ricardo Levene, Alfonsina Storni y, por supuesto, Jorge Luis Borges que publicó en el Suplemento alguno de sus cuentos y poemas más importantes. La enumeración continúa con Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Abelardo Arias, Julio Cortázar, Norah Lange, Juan Rodolfo Wilcock, María Elena Walsh, Marco Denevi, Silvina Bullrich, Estela Canto, Alberto Girri, Horacio Armani, María Esther Vázquez, Odile Baron Supervielle, Amelia Biagioni, Alejandra Pizarnik, Oscar Hermes Villordo, Martha Lynch, Tomás Eloy Martínez, Juan José Hernández, Adela Grondona, Enrique Pezzoni y, hacia el final de su vida, Juan José Saer.
En los últimos treinta años, la inclusión de colaboradores siguió la misma tradición de excelencia y de curiosidad intelectual anteriores. En el Suplemento se publicaron trabajos de Susan Sontag, George Steiner, Umberto Eco, Noam Chomsky, Claudio Magris y Roberto Calasso.
Con respecto a los escritores nacionales recientes, la memoria está fresca, como las susceptibilidades. Los lectores podrán hacer su propia lista y la incorporación permanece abierta y lo estará aún más, con más páginas, en ADNcultura .
Las ilustraciones para cuentos realizadas por algunos de los artistas más destacados del país acentuaron la seducción de los textos publicados. Alejandro Sirio, de quien en este momento, se realiza una muestra, le dio un sello muy particular al Suplemento, por la rápida identificación de su estilo de una línea elegante y precisa. Entre los más asiduos ilustradores se hallaban Héctor Basaldúa, Raúl Soldi, Norah Borges, Juan Carlos Benítez y Jorge Larco.
La vida cotidiana
El Suplemento fue durante décadas un lugar de intenso trabajo, pero también, porque el ritmo de vida lo permitía, una tertulia literaria. Muchos libros y artículos nacieron al calor de una discusión en el espacio que ocupaban los escritorios de los jefes y los redactores. Los integrantes de la Redacción iban al Suplemento a comentar largamente el último libro que habían leído, a pedir referencias sobre las últimas publicaciones y, por supuesto, a enterarse de las novedades, no sólo las bibliográficas, sino también las sociales. Hasta los años 80, todavía se conservaba la tradición de organizar un cóctel informal o de tomar una copa de vino en ocasión de la visita de un escritor extranjero o de algún autor argentino que vivía fuera del país.
Como no existían ni las computadoras ni el correo electrónico, los colaboradores venían con frecuencia al diario para entregar sus textos escritos en máquinas que hoy resultan primitivas. Eso generaba una clima de intimidad que, naturalmente, conducía a los chismes. La obra del escritor de ficción -no es novedad, ya está en Henry James, en Proust, en Somerset Maugham y en Truman Capote- se basa en las historias oídas, es decir, en el chisme: ése es el material con el que se trabaja. ¿Hay mejor lugar para entregarse a ese aspecto de la carrera literaria que un suplemento de cultura? Eso hacía que el trabajo y la charla estrictamente profesionales se mezclaran con la vida privada de los nombres en el candelero. Es leyenda en la Redacción que, durante una mudanza, perdido entre las páginas de un diccionario, se encontró alguna vez un telegrama de una especie de emperatriz de la literatura argentina. El telegrama estaba dirigido a un escritor que pertenecía, como ella, al mismo Olimpo intelectual, pero además al diario. El telegrama, enviado desde Mar del Plata o desde San Isidro, decía: "¿Continuamos o hemos roto?".
Los cambios técnicos y la aceleración de las tareas hoy hace casi imposible ese tipo de clima, aunque el ser humano persiste en su condición y rara vez se resiste a una anécdota. Pero los contactos se han espaciado, así como las visitas. Basta un clic para enviar un texto.
Quienes condujeron y trabajaron en el Suplemento en aquellas condiciones, que hoy tienen algo de leyenda, crearon con su labor una de las publicaciones más trascendentes en la historia cultural del mundo de lengua española. En esta nota, que marca el fin de un ciclo y el comienzo de otro, es bueno recordar algunos de sus nombres.
La conducción de Eduardo Mallea consolidó el prestigio internacional del Suplemento y lo convirtió en el espacio natural de consagración de los escritores nacionales. Estuvo al frente de estas páginas durante más de veinticinco años. Cuando el gobierno de la Revolución Libertadora lo nombró embajador ante la Unesco, lo reemplazó interinamente Margarita Abella Caprile, descendiente del general Mitre y poeta. Muy joven, publicó el libro Nieve , al que siguieron varios más. Sus poemas y su prosa eran claros, así como era llano su trato. Cuando Mallea terminó su misión en París en 1958, decidió consagrarse por entero a su trabajo de escritor y entonces Margarita Abella Caprile fue confirmada en el cargo, que ocupó hasta su muerte, en 1960.
La dirección del Suplemento pasó entonces a Leonidas de Vedia, que también estaba vinculado por lazos de familia a los Mitre. Era un fino crítico literario, muy conocedor de la literatura francesa. Por razones de salud, renunció en 1968. Posteriormente se desempeñaron como jefes Jorge Emilio Gallardo, poeta, crítico literario, profundo conocedor de la cultura americana y descendiente de una familia en la que se conjugan el interés por la ciencia, por las letras y por el arte. A él, lo sucedió Jorge Cruz, refinado crítico de teatro y literario, ensayista de prosa admirable, académico de Letras y de Periodismo, que se distingue, entre otras cualidades, por su gentileza y su sentido de la camaradería. Cuando se retiró, en 1996, lo reemplazó quien escribe estas líneas.
La sección Bibliografía fue conducida, casi siempre en forma independiente, por escritores y periodistas, marcados por la pasión de la lectura. Desde 1928 hasta 1946, lo hizo Manuel Conde Montero, español, que dejó una Bibliografía de Mitre . Lo sucedió Rafael Pineda Yáñez, estudioso de temas de la historia de América. A él lo siguió Augusto Mario Delfino, cuentista y periodista cuyos juicios y anécdotas aún hoy se repiten en la Redacción. A su muerte, en 1961, ocupo su cargo Julio Rodofili y más tarde el fino poeta y traductor Horacio Armani, al que sucedieron el profesor Juan Carlos Herrero, la licenciada Raquel Loiza, las periodistas Verónica Chiaravalli, Carolina Arenes y, en la actualidad, el periodista y escritor Pedro B. Rey.
uCon esta edición, el Suplemento deja de aparecer los domingos y cede su lugar a una revista basada en los mismos principios, que aparecerá los sábados, porque hoy los sábados son los domingos de ayer. ADNcultura forma parte de un amplio proyecto que incluirá una versión on line con características propias, que se desarrollarán paulatinamente. El lector encontrará en esta nueva publicación más páginas, más variedad de temas, pero el mismo espíritu abierto e inquisitivo. La conjunción de renovación periodística y tecnológica, que fueron las claves del éxito del diario durante casi ciento cuarenta años, estarán presentes en las páginas de ADN , por eso los esperamos la semana próxima, como todas las semanas, salvo que la espera será menos prolongada, apenas seis días. Hasta el sábado.
Por Hugo Beccacece
La Nación Cultura
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