sábado, 2 de junio de 2007

- FASSBINDER -



RAINER WERNER FASSBINDER

Y SU VISION EN EL CINE EUROPEO

A 25 años de la muerte del cineasta



"Quizás sea cierto que todas sus películas son malas, pero Fassbinder sigue siendo el más grande director de cine de Alemania. Estaba allí cuando Alemania necesitaba películas para encontrarse a sí misma." Jean Luc Godard

En el mundo del cine, Rainer Werner Fassbinder (Alemania, 1945 - 1982) tiene algo de Drácula: alguien que nunca muere y que acecha como un vampiro a los que vienen después, sin haber dejado ni herederos legítimos ni usurpadores claros, sino más bien marcas del modo más insospechado. Tanto es así que la crítica alemana hablaba del "mito Fassbinder" como algo que, sorprendentemente, debe desmantelarse, desmontarse y destruirse. Fueron su incansable productividad, su papel como referente del Nuevo Cine Alemán y su carácter extremadamente provocador, lo que creó el mito llevándolo a la fama internacional.

Fassbinder era un multitalento: era actor, director, guionista y productor, trabajaba en forma simultánea en cine, teatro, televisión y radio, y realizaba desde adaptaciones literarias, películas de gánsters, comedias negras y crónicas hasta teatro y cine con temática gay o lésbica. Su enorme admiración por Douglas Sirk, lo llevó, incluso, a reinventar el melodrama con películas como La angustia corroe el alma, Martha o La ansiedad de Verónica Voss. Todo esto lo separaba de la trayectoria de otros autores europeos y lo acercaba a la figura hollywoodense que en algún sentido siempre quiso ser. Sin embargo, nunca llegó a abandonar sus orígenes en la vanguardia subcultural.

Como director que vivió y trabajó durante los 70, una década especialmente dedicada a tender puentes entre la realidad y la utopía, Fassbinder trataba en sus películas una amplia gama de temas socio-culturales e históricos de trascendencia política. "Le gustaba indagar en la historia alemana y ha dejado una crónica que comienza con el descenso de Prusia en Effi Briest, sigue con el caos de la República de Weimar (Berlín Alexanderplatz), el surgimiento del nacionalsocialismo (Despair - viaje a la luz), la guerra hitleriana (Lili Marleen), los años inmediatamente después de la guerra (El matrimonio de María Braun), el final de los años 50 y el comienzo de los 60 (El frutero), la época de los trabajadores invitados de los países europeos pobres, el otoño caliente de 1977 (Alemania en otoño) y el final del grupo armado clandestino RAF (La tercera generación): no filma crónicas del estilo de Heimat de Edgar Reitz sino los momentos de crisis y de cambio retratados en los modestos esbozos de vida de pequeños burgueses, conformistas, antihéroes y figuras secundarias y asociales", escribe Thomas Elsaesser, el mayor especialista en el cine de Fassbinder e invitado de lujo durante las jornadas en el Goethe.

Rainer Werner Fassbinder dejó más de 40 películas, pero ¿por qué se plantean tantas dificultades con su legado fílmico? Por un lado, el cine alemán de los 80 y 90 tomó una trayectoria bastante distinta de la suya, pero a la vez, la influencia de su legado se observa en directores de alto reconocimiento internacional: el español Pedro Almodóvar, el francés François Ozon, y también en los alemanes Oskar Roehler y Chris Kraus. El evento que se celebra con motivo de cumplirse 25 años de la muerte del cineasta prevé la proyección diaria de una película de Fassbinder junto a una película de los otros cuatro directores mencionados, enlazadas con una breve charla sobre semejanzas y matices de ambos films.

Goethe Institut


El enemigo de los pequeños burgueses

Provocador, creativo, en sólo 37 años de vida llegó a dirigir 43 películas de cine y TV. Odiaba los modales de la clase media, a quienes les dedicaba lo más revulsivo. Murió el 10 de junio de 1982, pasado de drogas, alcohol y somníferos. En días se cumplen 25 años de su ausencia. Había vaticinado acerca de sí mismo: " Ya dormiré cuando esté muerto".

Por Leni González - Diario Perfil

Vivió apenas 37 años, pero le alcanzaron para cambiar el cine de los 70.

" Hasta el propio Fassbinder no es más que un hombre ”, dijo un policía al encontrarlo muerto en su habitación, en Munich. Era el 10 de junio de 1982, feriado de Corpus Christi, por lo que la investigación bien podía comenzar al día siguiente. Y aunque indudablemente el policía tenía razón, Rainer Werner Fassbinder había hecho todo lo posible para convertirse en leyenda a los 37 años. Vivió traspasando los límites de la supervivencia, aplicando contra sí mismo el sadismo que practicaba contra los demás. Muchos dieron por hecho que se había suicidado: hiperactivo, dormía tres horas por día, comía y bebía en exceso, se drogaba y tomaba cantidad de somníferos, más de lo que cualquier mortal podía soportar.

Tirado en la cama, con un cigarrillo todavía en los labios, lo encontró su última compañera, Juliane Lorenz. “Si hay una guerra nuclear, la gente debería parapetarse detrás de mí porque si cae una bomba, a mí no me destruirá. Tengo más energía que cualquier bomba”, había vaticinado el creador más significativo, junto con Werner Herzog y Wim Wenders, del Nuevo Cine Alemán. Catorce años le bastaron para dirigir más de 40 películas y telefilms, además de obras de teatro, y ser actor, productor, manager teatral, compositor, diseñador, editor y camarógrafo. Nació el 31 de mayo de 1945 en Bad Worishofen, Bavaria, tres meses después de la rendición alemana en la Segunda Guerra, hijo del médico Hellmuth Fassbinder y la controvertida Liselotte Eder.

Como narra Ronald Hayman en Fassbinder, sus padres se separaron cuando tenía 7 años. Criado junto a su madre, la vivencia de una infancia atravesada por la indiferencia, le hará contar más tarde que creció “completamente solo”. Una de las imágenes más patentes en su memoria, cuando la pareja aún estaba unida, era el ir y venir de las prostitutas atendidas en el consultorio paterno. Otra, algo posterior, fue la de los inmigrantes pobres que alquilaban habitaciones de la casa. De estas marcas, daría cuenta en sus películas, en un correlato entre su propio pasado y el de su país, señalando a los padres, a la sociedad burguesa, a los mayores, como los responsables del nazismo que ya parecían haber olvidado escondidos tras el amparo del Milagro alemán. El artista Fassbinder sintió siempre la misión –o mejor, la necesidad– de develar injusticias contra los chicos, los extranjeros, los que no podían expresarse, y por la misma razón, detestaba a la escuela –que abandonó a los 17 años– y la imposición de los modales de clase media, que exteriorizaba con jeans gastados, camisas sin botones, la proletaria campera de cuero, el sombrero en lugares cerrados y las uñas sucias. Cinéfilo, admiraba a Douglas Sirk, el director alemán que trabajó en Hollywood en los 50.

No desdeñó al melodrama norteamericano porque rescataba su capacidad para llegar al gran público. “ La idea es hacer películas tan bonitas como las americanas pero, al mismo tiempo, que le demos contenido en otras áreas”, manifestó. Tampoco renunció a la televisión aunque marcó las diferencias con las obras pensadas para el cine y el teatro: “ Uno puede ser pesimista con los intelectuales pues ellos tienen la posibilidad de poner en juego sus criterios. Con el público de la televisión sería reaccionario, casi un crimen, presentar un mundo desesperado pues a ellos se les tiene que dar valor y decirles: ‘Para ustedes hay todavía posibilidades’”. Pero –como cita el historiador chileno Arsenio Angulo Fuentes– esa gente culta y educada de clase media sí debía ser vapuleada, casi hasta la agresión. “ Me parece que quien va al cine –advirtió– sabe en mayor o menor grado lo que le espera, de modo que puedo creerlo capaz de un cierto esfuerzo y puedo esperar también que le divierta ese esfuerzo. Uno no debería caer jamás en el facilismo frente al público sino exigirlo y provocarlo constantemente.”

A los 15 años, le confesó a la familia que era homosexual. Tuvo amantes y también esposas pero, aunque lo deseaba, no puso ser padre. A tal punto se mezclaba la propia vida y escándalos con el cine, que en sus películas trabajaron su madre (aparece como Lilo Pempeit, por ejemplo, en Berlin Alexanderplatz ), amantes (como el argelino Salem, en La angustia corroe el alma ) o ambos, como en el episodio del film colectivo Alemania en otoño (donde trabajan Fassbinder, su madre y Armin Meier, su amante que después se suicidaría), además de las relaciones tormentosas que mantuvo con las actrices, como Irm Hermann, vínculo que pintó en Las amargas lágrimas de Petra von Kant .

Con la prestigiosa y más conocida para los argentinos Hanna Schygulla , trabajó en 19 películas. “ Con Fassbinder nos amamos pero de otra manera, sin intimidad física”, dijo la alemana a PERFIL, en febrero. Acerca de este sadismo con los protagonistas de sus filmes, tal vez era su forma de extraerles lo mejor de sí mismos: “ Estoy en contra –expresó– d e los líderes amables y amistosos que llevan a cabo su papel casi sin que se diviertan. Lo encuentro peligroso. Pienso que un líder debe estar abierto al ataque”. Para Jean-Luc Godard, Fassbinder “ estaba allí cuando Alemania necesitaba películas para encontrarse a sí misma”.

Llegó a ser el director mejor pago de su época, dato que le importaba mucho menos que la acción de llevarlas a cabo. “ En lo que a mí respecta, pueden olvidarse después”, dijo el realizador que consumió, por ejemplo, 41 días en filmar Desesperación y 22, en Querelle . Nadie iba a olvidarlas y aquella frase, “ Ya dormiré cuando esté muerto”–que inmortalizó su colaborador y biógrafo Harry Baer en el título del libro– todavía parece una falsa promesa.

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